LA EXTRAÑA

Posted by Yuliana

Cuento

La extraña
-Hola, ¿Quién?-.
-Jesucristo-.
-¿Jesucristo?, no conozco a ningún Jesucristo-.
-No se haga, bien que sabe quién soy. Yo me derramé por usted-.
-¿Perdón, no entiendo señor?-.
-Me derramé la otra vez que usted salió en bata-.
Blanca tiró el teléfono. Está cansada de las llamadas telefónicas y de las bromas que le hacen los desocupados. Después de que contesta una llamada tiene la costumbre de asomarse por la ventana. Quiere ver quién anda por las veredas, busca, busca, no encuentra nada. Sólo hojas secas en los portales. Entonces suda y se encierra en el baño. Acomoda su cuerpo en el inodoro y ubica los pies encima del recipiente de basura. Ahí duerme, duerme hasta que su cuerpo rueda y cae en el piso de cuadros, de un celeste descolorido. Así recibe la mañana. Cara encogida, sueños pendientes y noches interminables. Lleva tres meses que cambió de cama. Se esconde en su cuerpo, profunda, logrando desaparecer las miradas hasta de las fotos de la sala. Fuma en el desayuno y por la noche bebe. Se siente gorda, asquerosa y sin oportunidades. Amigos: mutilados. Hijos sin domicilio. Esposo fugado. Blanca es buena para los sueños. Siempre se las ingeniaba para darnos ánimos. Todos los días pinta sus labios de soles y deseos. Nadie la mira. Las ropas son muy grandes y los colores de papagayo. Es un bulto andando, sólo cuando duerme alcanza la paz de la que tanto hablan en la tele, en el programa del nueve, después su novela preferida. El problema es que duerme en el baño, quisiera borrarla de este día y del día en que Beto comenzó a llamarla “piernas flojas”.
-Tranquila Blanquita. Todas las mujeres nos sentimos un desastre alguna vez en la vida. Este es tu turno-, le digo. Y tengo todas las intenciones de darle un beso en la cabeza. Ni siquiera me mira y va directo al teléfono:
-Sí, buenos días-.
-Señora la llamamos de El Comodín, su esposo, Alberto Robles, tiene una deuda pendiente con nosotros y no logramos ubicarlo. Él nos dio este teléfono como referencia, hemos estado llamándola quisiéramos saber...
-Otra vez ustedes. Estoy cansada que me llamen para cobrarme un dinero que ni siquiera se ha invertido en esta casa ¿usted sabe dónde fueron a parar los 800 dólares que me está cobrando? a la casa de esa hijueputa que tiene como mujer búsquelo en la casa de la madre de esa flacuchenta porque es tan miserable que ni siquiera la ha sacado cuarto aparte...
Me quedo perpleja en el mueble observando las articulaciones de su boca. Cada palabra es como una daga que ingresa a su vientre. La señorita de El Comodín -que es la que siempre llama- seguro colgó apenas escuchó gritar a Blanquita. Qué no daría yo por cortar así mi mirada cuando la veo en algún sitio de la cocina disimulando que hace todo mientras se seca las lágrimas. Desde que se fue Beto siento que Blanca ya no mira. Siempre había algo para reír. El día que la teja del patio le cayó en el pie no botó ni una lágrima. Todos en la casa gritaban y en el piso había sangre. Era su cumpleaños. Lo recuerdo perfectamente. Un domingo 21 de marzo. Yo aún dormía. En realidad escuché cuando le cantaban el feliz cumpleaños, tal vez eran las siete de la mañana. No quise levantarme. El griterío me despertó. No alcanzé a darle un beso, el taxi se la llevó rápido al hospital. La vi entrando por la puerta con el pie vendado, atrás venía mi tía con una torta en la mano. ¡Feliz Cumpleaños Blanquita! Y reíamos por el accidente. Ella estaba radiante. Me preguntaba dónde habría metido todo el dolor. Al día siguiente ya estaba cociendo los uniformes. La regla la tenía loca. Muchos días de sangre y Beto que la quería encima. A mí me contaba en la cocina que no tenía ganas. Que Beto ya no le daba ganas. Ahora entiendo por qué nunca escuché nada. Mi cuarto estaba al lado. Blanquita no estaba. Ya no recibe nada en cumpleaños. La siento ajena a este suelo. Es la extraña de la casa. Sí, eso es lo que es. La miro y sigue gritando con el teléfono en la mano. Quisiera decirle que del otro lado no hay nadie. Que nunca hubo nadie.

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